No sabría decir cuándo ni por qué, pero hace poco se produjo
un punto de inflexión en mi planteamiento de viaje: si antes me decantaba por
hoteles que ya conocía o que eran “un valor seguro”, ahora prefiero probar y
descubrir.
Desde tal enfoque, visité una vez más Sevilla por motivos de
trabajo y elegí un alojamiento en el que no tenía experiencia previa: el
Novotel Marqués de Nervión.
Sin lugar a dudas, la impresión inicial más llamativa es que
es un alojamiento insertado en un gran centro comercial y situado al pie del
campo del Sevilla FC, visible desde diferentes puntos del hotel. Una ubicación
de lo más singular.
El hotel tiene un acusado perfil turístico y solo destaca
por pequeños detalles que no son nada habituales en otras cadenas y que se
agradecen, por ejemplo, la amplísima bañera o el servicio de té con el que
cuentan las habitaciones. Aunque, uno de sus servicios más interesantes es el
solárium y la generosa piscina situada en la terraza del edificio y desde la que
se tienen unas espléndidas vistas de la ciudad y del Sánchez Pizjuán.
En cambio, acumula un conjunto de detalles que bajan el
nivel del alojamiento, por ejemplo, unas toallas bastante trilladas, la música
de los 80 que se escucha nítidamente en las zonas comunes del hotel, y sobre
todo, ese aire de “hotel para guiris” que hace impersonal su aspecto.